Eduardo H. Galeano comenta fútbol:
Pacho Maturana, colombiano, hombre de
vasta experiencia en estas lides, dice que el fútbol es un reino mágico, donde
todo puede ocurrir.
El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un
Mundial insólito.
* Insólitos fueron los diez estadios donde se jugó,
hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Sudáfrica
para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche
fácil de explicar pero difícil de justificar en uno de los países más injustos
del mundo.
* Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio
loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue
impuesta aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo
de Zurich, los amos del fútbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.
* Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia
de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que
estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es
mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera
tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos
árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos
que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no
pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el
básquetbol, el tenis, el béisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos,
utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El fútbol, no.
Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj,
para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí
está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera
simplemente sospechosa: El error forma parte del juego, dicen, y nos dejan
boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.
* Insólito fue que el primer Mundial africano en toda
la historia del fútbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión,
en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue
derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.
* Insólito fue que la mayoría de las selecciones
africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía.
Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores
técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este
enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un fútbol que tanta alegría
prometía. Africa sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia
brilló por su ausencia.
* Insólito fue que algunos jugadores africanos
pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó
contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno
llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania.
De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno
jugaba en el campeonato local de Ghana.
De los jugadores de la selección de Alemania, todos
jugaban en el campeonato local de Alemania.
Como América latina, Africa exporta mano de obra y pie
de obra.
* Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue
obra de un golero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo
con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país
fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado
pero Uruguay no.
* Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos
hasta los arribas. Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último
lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin
rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos
advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso
para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de
aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta.
Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre
preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan
mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada
más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor
jugador del torneo.
* Insólito fue que el campeón y el vicecampeón del
Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas.
En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado
en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del
aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un fútbol jugado
para impedir que el rival juegue. En Francia, el desastre provocó una crisis
política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos
los jugadores que cantaron ?La Marsellesa? en Sudáfrica.
Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron
mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo
antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando
regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una
abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el
fracaso.
* Insólito fue que faltaran a la cita las
superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo
lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo
vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.
* Insólito fue que una nueva estrella, inesperada,
surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del
firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde
donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse
Pulpodamus.
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir
entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. El comía los
mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las
apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado
y amado y hasta calumniado por algunos resentidos, como yo, que llegamos a
sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.
* Insólito fue que al fin del torneo se hiciera
justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida.
España conquistó, por primera vez, el campeonato
mundial de fútbol.
Casi un siglo esperando.
El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis
sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia
de su fútbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las
asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta.
El prueba que a veces, en el reino mágico del fútbol,
la justicia existe.
* * *
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa
colgué un cartel que decía Cerrado por fútbol.
Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había
jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón
preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la
garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya empiezo a
extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no
aptos para cardíacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara
lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el fútbol es una alegría
que duele, y la música que celebra alguna victoria de ésas que hacen bailar a
los muertos, suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha
caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en
medio de las inmensas gradas sin nadie.
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