Por Raúl Wiener
No puedo evitar un tono personal en la nota que sigue a
continuación.
Javier se ha ido. Después de una lucha heroica y desigual de
las que siempre estuvo dispuesto a librar.
Llevada además con una dignidad ejemplar. Sin mostrar fotos
de su dolor, guardando el silencio de su esposa y sus hijos que estuvieron a su
lado los cuatro intensos meses de su enfermedad, pero que no se mostraron
porque creían que esta vez la pelea pertenecía al espacio de la intimidad.
Los que sabíamos que era lo que se estaba jugando creamos
una red de información que trataba de proteger el deseo de Javier y su familia
de evitar que los reflectores se colocaran sobre ellos. Fue su decisión y se
mantuvo firme hasta el final.
Este sábado en la tarde la sala de espera de la clínica
donde estaba internado estaba colmada de amigos íntimos que se habían enterado
del brusco empeoramiento de la noche anterior. Esperamos hasta que nos
desalojaron poco después de las nueve porque había acabado el horario de las
visitas.
Casi sobre las 10 y 30 de la noche empezaron las llamadas
para confirmar la noticia. Era cierto, Javier se nos había ido poco después que
nos retiramos para que descansara. Se había acabado la vida de una de las
personas más vitales que he conocido.
En julio del año pasado cuando era yo el que estaba
seriamente enfermo y tenía que internarme para que me hicieran el diagnóstico,
Javier dedicó un día entero a mi internamiento. Luego en las noches cuando iba
a visitarme y me encontraba dormido se sentaba en silencio frente a mí y luego
se retiraba dejándome una tarjeta.
Después de salir del hospital se preocupó de que continuara
el tratamiento de quimioterapia. En noviembre fue uno de los oradores
principales del acto de recibimiento que me hicieron en la Casa Mariátegui y en
enero organizó en su casa una comida para celebrar mi recuperación.
Estábamos a pocos días de que iniciara su propio vía crucis.
Me había escrito un mail hablándome de las dificultades de la campaña contra la
revocatoria y una postdata me decía que se ocuparía en los siguientes días del
problema porque estaba pasando un problema de salud.
Lo llamé y me enteré que estaba internado y fui a verlo. No
parecía estar especialmente grave, pero los médicos temían que hubiera un mal mayor.
Eso se supo a comienzos de febrero, pero aún ahí, Javier y Liliana escogieron
el momento de hacer pública la nueva situación.
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