Por Antonio Zapata
Una reciente publicación de César Nureña,
Iván Ramírez y Diego Salazar analiza la cultura política del estudiante actual
de San Marcos.1 Este mismo tema ha sido estudiado para épocas anteriores,
destacando el trabajo pionero de Nicolás Lynch, titulado Los jóvenes rojos de
San Marcos. Lynch focalizó en la radicalidad de la juventud universitaria,
analizando las tres décadas comprendidas entre 1960 y 1990. Comienza con el
desplazamiento del APRA en los sesenta, se centra en el maoísmo universitario
de los setenta y sus enfrentamientos con el gobierno de Velasco, dando paso al
senderismo en los ochenta.
En ese momento, los tiempos cambiaron
radicalmente. El país se precipitó en un baño de sangre y San Marcos cayó presa
de la vorágine. Muchas universidades fueron intervenidas, entre ellas la decana
de América, se instalaron cuarteles en el campus y las tropas garantizaron el
retorno a las aulas.
Luego surgió una generación relativamente
indiferente ante la política, que se extendió durante los noventa, coincidiendo
con el ciclo político de Alberto Fujimori; para dar paso a los actuales
estudiantes, que se han formado en un contexto de democracia recuperada, aunque
limitada por la debilidad del sistema. A partir de ahí la presente publicación,
que responde a las siguientes preguntas: ¿quiénes son y, con respecto a la
política, cómo piensan los sanmarquinos de nuestros días?
Uno de los primeros estereotipos es el
supuesto origen popular y nacional de los sanmarquinos. Por el contrario, la
mayoría de los estudiantes actuales pertenecen al llamado nivel socioeconómico
“B” y son nacidos en Lima. Es cierto que sus padres fueron migrantes
provincianos y eran parte de los sectores populares. Pero los estudiantes
actuales son fruto de una experiencia urbana y capitalina, acompañada en muchos
casos por un indudable ascenso social. La mayoría ha salido de la pobreza y sus
ingresos los ubican en los diversos estratos de la muy heterogénea clase media
limeña.
Por otro lado, San Marcos atrae jóvenes que
viven cerca del campus, en su área de influencia. Mientras que, en época del
estudio de Lynch, muchos estudiantes eran provincianos y San Marcos resumía al
Perú entero. Actualmente, Lima ha crecido hasta alcanzar una población cercana
a diez millones de habitantes. Al carecer de transporte público masivo, se ha
fragmentado en múltiples partes escasamente conectadas entre sí. Movilizarse es
complicado y se invierte horas a velocidades increíblemente bajas. Por ello, la
gente prefiere organizase cerca de sus lugares de residencia. Así, los
sanmarquinos de hoy mayoritariamente viven en el Centro de Lima y en las Limas,
Norte y Este.
Otro estereotipo del pasado es el
radicalismo político. Por ejemplo, todos conocen al Movadef, pero es rechazado
en forma casi unánime. La universidad actual no es caldo de cultivo para
opciones violentistas ni el pensamiento Gonzalo goza de mayor aceptación.
Pero esta constatación no significa
satisfacción con el sistema social imperante ni con la universidad concreta
donde estudian. Por el contrario, la mayoría de estudiantes tiene una postura
crítica ante el país y una pobre opinión de sus autoridades académicas.
Incluso, la inconformidad se acrecienta conforme transcurren los estudios.
En efecto, los cachimbos sanmarquinos poseen
ilusiones. Creen en la democracia entendida como tolerancia y aprecian la
eficiencia para resolver problemas. Pero encuentran una institución que
funciona mal y con escasa transparencia. Por ello, progresivamente se van
desilusionando y acaban preocupados exclusivamente por su carrera personal; al
final solo queda la ilusión del cartón. En el camino han perdido las esperanzas
en la ciudadanía.
Así, San Marcos sigue siendo el Perú. Un
país y su Universidad más famosa que son capaces de desmoralizar a cualquiera
que piense más allá de sí mismo. Por ello, solo produce talentos individuales y
no equipos de profesionales.
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