Manuel Humberto Restrepo Domínguez
El
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, gasta cuantiosos recursos en
reuniones y sesiones especiales orientadas a buscarle nombre y justificación a
los genocidios, antes que a prevenirlos o provocar la suspensión inmediata de
las bárbaras incursiones armadas. Los genocidios no son guerras, si no
invasiones fratricidas, crímenes de guerra calculados, de los que se obtienen
beneficios políticos, culturales y económicos. Por estar en el ámbito de la
Lesa Humanidad la responsabilidad política es de los gobernantes del país
invasor, pero además compromete a quienes financian y promueven con
cuestionadas legítimas defensas la muerte de inocentes. El pueblo Palestino es
desde hace más de medio siglo la víctima de un genocidio, en desarrollo de una
hoja de ruta trazada para tal fin. Con independencia del complejo análisis
político que cabe allí, los pueblos del mundo que luchan por la humanización,
la dignidad y el reconocimiento de todos los seres humanos en cuanto tales,
diferenciados, distintos y heterogéneos, observan con impotencia la aleve
afrenta a la humanidad. Allí no hay una guerra, hay una invasión genocida y un
responsable claramente identificado igual que sus aliados.
Las
cifras de barbarie regularmente muestran en cada ciclo de la hoja de ruta del
genocidio un aproximado de 100 palestinos muertos por un soldado israelí en la
misma condición, producto de la calculada gestión. Mientras se acusa de que un
misil palestino derrumba la cocina de una casa israelí sin provocar muertes, se
glorifica la actuación militar por aire y tierra sobre las infraestructuras
palestinas de algún barrio entero que deja una estela de cadáveres de niños,
mujeres y jóvenes que antes de morir estaban sometidos a permanecer sitiados,
enjaulados en su propio territorio con un muro de hormigón de cientos de
kilómetros y rejas de grueso metal que dividen sus familias, creencias y
culturas.
El
tejido genocida está compuesto de múltiples partes que actúan de manera directa
unas y otras encubiertas. Israel es el principal receptor de recursos de apoyo
bélico de los Estados Unidos en el mundo, recibe un promedio de tres mil
millones de dólares al año. Y Estados Unidos que ocupa el centro hegemónico del
Consejo de Seguridad de las Naciones, único capaz en teoría de emitir
resoluciones para detener la invasión, es a la vez el aportante de la tercera
parte de los recursos con los que el Consejo funciona y atiende su misión de
sostener la paz, situación de chantaje y supremacía con la que ha invalidado
más del 90% de resoluciones contra Israel. En la misma dirección Israel es el
laboratorio de creación tecnológica de guerra de U.S.A. En 2014 el Congreso
autorizo al Gobierno adicionar 284 millones de dólares al programa de
cooperación defensiva estadounidense-israelí, para financiar el programa de
misiles israelí ‘the Arrow Weapon System’; Misiles balísticos de corto alcance
y; el Interceptor de Misiles Arrow 3. En 2013 había entregado 947 millones de
dólares para los proyectos Cúpula de Hierro; Honda de David y el Misil Flecha,
todos ellos al parecer en fase de prueba en la actual invasión. Washington ha
orientado más de 67 mil millones de dólares en ayuda militar a Israel en los
últimos años y los resultados de la inversión deben ser conocidos, monitoreados
con base en la eficacia y eficiencia para ser vendidos como empezaron a hacerlo
con la cúpula de hierro. El gobierno de Israel en su cinismo criminal, bien
podría creer y hasta señalar que Palestina es su laboratorio natural de prueba
de sus inversiones tecnológicas de guerra y su población un daño colateral de
la incontenible industria genocida, extendida por el planeta de la mano de
trasnacionales, CIA y demás organismos del crimen estatal.
La
discusión es biopolitica y la ecuación genocida sencilla: toda arma de guerra
necesita ser probada en el campo, esto es, con seres vivos, con humanos para
medir su efectividad y eficiencia en costo beneficio. Para probar la cúpula de
hierro que es el más avanzado sistema protector anti misiles, se requiere que
de algún lado vengan misiles, de débil potencia y fácil destrucción y para
probar sus propios misiles balísticos de corta potencia y el misil flecha es
necesario tener objetivos reales, humanos. La barbarie se afirma con prácticas
de guerra sicológica permanente, vistas por los observadores silenciosos o
cómplices de las Naciones Unidas como acciones humanitarias de guerra,
reflejadas en que con anticipación Israel le avisa a los pobladores de un determinado
sector palestino que este será bombardeado, sus casas destruidas y sus
habitantes masacrados, es la lógica de que la responsabilidad de su propia
muerte la tienen las víctimas por no acatar a sus victimarios.
El
genocidio es la principal antítesis a la existencia de un sentido de humanidad
concebido por las declaraciones de derechos humanos que soportan al mismo
Consejo de Seguridad, a las Naciones Unidas y a cada uno de los Estados
Miembros. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas esta convertido a su
mínima expresión e incompetencia para sostener la Paz. En él no participan con
el mismo derecho a veto de los 5 autoelegidos los 1200 millones de musulmanes o
los 1000 millones de Hindúes, ni África, ni América Latina, ni Asia. El derecho
a veto es un asunto de lógica occidental y una estrategia de defensa del neo
colonialismo impuesto a manera de posconflicto de la segunda guerra. Las
principales discusiones del Consejo de Seguridad no son sustantivas, sobre
métodos de trabajo o toma de decisiones, si no administrativas y de composición
numérica. El Consejo de Seguridad no representa la realidad actual del mundo,
su incapacidad legitima acciones contra la humanidad emprendidas por las
potencias económicas y militares en contra de los pueblos que luchan por
dignidad y soberanía y que les resultan fáciles y baratos para sus experimentos
de muerte o de despojo.
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