Por Jorge Bruce
Pese a las resistencias
de algunos sectores recalcitrantes, para quienes la unión entre personas del
mismo sexo contraviene un imaginario orden natural o normal (como si la
sexualidad humana fuera programada, es decir solo instintiva, animal), las
leyes peruanas e internacionales amparan dicha unión sin ambages. Por lo tanto
voy a ocuparme de otra cosa, la que me concierne como psicoanalista: la
psicosexualidad y los vínculos entre las personas. El asunto es así: lo que
está debatiéndose en el Congreso no es solo una cuestión de patrimonio y
derechos, de suyo esenciales para la igualdad ciudadana. También hay de por
medio –y pienso que esto es lo que desespera a quienes se oponen al cese de
esta forma odiosa de discriminación contra los homosexuales– la cuestión del
deseo.
Es la libertad de ese
deseo erótico –Eros significa unir, vincular, religar, en oposición a Tánatos,
que separa, divide, dicho sea de paso– lo que asusta a muchos: ¿mi hija o hijo
puede sentir atracción por una amiga o amigo? ¿puede acariciarse o hacer el
amor con una persona de su mismo sexo? No nos engañemos. Es cuando uno se ve
confrontado con estas probabilidades con personas de nuestra familia cercana,
que nuestras convicciones se ponen a prueba de veras. Y, acaso más importante,
nuestro amor por esas personas.
Hace poco un joven me
contaba que su hermano le había dicho, por primera vez, que era gay. Él ya lo
sabía, pero nunca antes habían tenido esta conversación. Pero lo más
sorprendente vino a continuación. El muchacho agregó, y los ojos se le
humedecieron, que su hermano le agradeció, también él con los ojos encendidos y
húmedos, por las muchas veces que lo había defendido. Debo decir aquí que las
lágrimas pugnaban por acudir a mi mirada, también. Que un chico no
especialmente gay friendly saque la cara por su hermano, porque es su hermano,
me pareció que iba a lo esencial.
No tengo que estar de
acuerdo. No tiene que gustarme. Me puede ser indiferente. Pero no voy a
permitir que abusen de mi hermano. Que lo maltraten porque su deseo no coincide
con el de la mayoría ni con el que manda la iglesia Católica. Dejo a un lado
mis preferencias y pongo por delante el amor y la solidaridad.
Me parece que eso fue
parte importante en la marcha por la unión civil del sábado. Un acto masivo de
fraternidad. También, como dijo Sergio Tejada, de igualdad y solidaridad. Cuyo
mensaje era que todos tenemos derecho a nuestro deseo, siempre y cuando no
viole los derechos de otros, como en la pedofilia, cuyos casos abundan más bien
entre quienes más se oponen a la libertad sexual, entre quienes la reprimen
ferozmente. La alegría de este acto expresa con claridad las motivaciones de
quienes acudieron (no pude hacerlo pero lo seguí de cerca por diversos medios).
Como el joven arriba citado, defiendo a mis hermanos y exijo que se les
respete. El viejo hoy por ti, mañana por mí. El bien común. Ya que hablamos de
familia, permítanme terminar con un reconocimiento de vínculos: estoy orgulloso
de lo que está haciendo mi primo Carlos Bruce.
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