sábado, 20 de diciembre de 2014

CLOACA


Por: César Hildebrandt


Mi país es un ho­menaje involun­tario a Bretón, al dadaísmo, a Moro, a Kafka. Aquí los policías suelen ser una amenaza, los jueces ad­ministran injusticias, los que pierden las elecciones gobiernan, los fiscales dudan en favor de los acusados, el Tri­bunal Constitucional es fuente de sos­pecha.
Y    aquí resulta que el fujimorismo, qüe es el mal venéreo multidrogorre- sistente más extendido en el Perú, y el aprismo, que es la franquicia picabol- sos del doctor García, se han conver­tido en guardianes de la moral y en la oposición modelo Savonarola que grita desde el pulpito. Jajá.
Los jóvenes que ignoran quién fue Fujimori y qué fue el decenio regido por su banda de hampones deberían preguntar a sus padres -salvo que ape­lliden Joy Way o Hermoza Ríos- cómo fue que el Perú se convirtió en un botín y de qué modo llegamos a limitar, por el oeste, con un nada pacífico océano de mierda.
Y   es cierto: nacieron en la cloaca de "Página libre", el diario que Alan Gar­cía y Guillermo Thorndike armaron, nariz en ristre, en el hotel "Crillón" para inventar la candidatura del "chi- nito que barrería con la derecha". Fue el diario donde empezó Beto Ortiz su carrera de columnista.
Ahora los congresistas herederos de esas sanguazas abandonan el pleno y sabotean una sesión. Con qué nostal­gia deben recordar algunos de ellos los tiempos en que el líder japonés que los ensució cerraba el Congreso con el respaldo de la chusma y el miedo del periodismo amanerado.
¿Quieren crear un clima parecido al que precedió el golpe de Estado de 1948? No lo creo. Para eso tendrían que haber leído algo de historia.
El fujimorismo no es una corriente política. Es una propuesta delictiva, un resumen de lo peor. Si algún ar­queólogo del mal pudiese jimtar los latrocinios de José Rufino Echenique, la traición de Mariano Ignacio Prado, las felonías de Nicolás de Piérola, las arbitrariedades de Leguía, la vacuidad de Benavides, los vicios putañeros de Odría y la ninfomanía dineraria del Apra de Alan García, la figura resultan­te sería el fujimorismo. No hubo cri­men que le fuese ajeno, no hubo hedor que no emanase. Copó absolutamente todo el Estado para depositar en él sus larvas. Corrompió al poder judicial, borró a la ONPE, hizo del Congreso una mascota salivada, malogró al TC, violentó a la Fiscalía, barrió con los de­rechos laborales, mató en nombre de la paz creando grupos de exterminio para ese propósito, compró con millo­nes de sobrevaloración las armas que no necesitábamos porque ya habíamos perdido la guerra del Cenepa. ¿Qué se salvó del Perú de Fujimori? Sólo lo que no estuvo con ellos: la resistencia cívi­ca y periodística que peleó hasta que el japonés intruso se fue a Brunéi, paró en Japón, renunció por fax a la presi­dencia usurpada con un fraude y no regresó.
Años después oficializó su condi­ción nipona, candidateó al senado del Japón, se casó para la foto con una volantusa de la mafia de Tokio y quiso regresar, desde Chile, en olor de mul­titud.
En esta revista vamos a recordar, cada semana y a partir de este núme­ro, qué fue el fujimo­rismo y qué es hoy la impertérrita Fuerza Po­pular, el partido cuyo único programa consiste en excarcelar al reo rematado y cuya máxima dirigente recibió, de manos de Montesinos y durante cinco años, dinero.de la mafia paterna.

Nacieron en una cloaca. Y quizá go­biernen a partir del 2016. Será un nue­vo homenaje al surrealismo. O a Macondo

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