Las hermandades en estas latitudes, son
muchas cerca a 40, me comentan algunos amigos, sobrepasaron el numero de Dios,
que es uno, todas hacen fiestas, se llenan de actividad para juntar dinero para
su procesión, regalan placas, diplomas y distinciones en nombre del Señor,
todas se llenan de ternura y piden colaboraciones. Todas. No podemos quedarnos
callados como otros, estamos enmudecidos ante tanto derroche de fe confundida
con negocio, estamos impresionados con ver tantos uniformes morados tantos
hábitos que pretenden tapar pecados.
Las cantoras con sus velos blancos, las
sahumadores que no atrapan con su humo a un mosquito, tradición dicen y siguen
caminando en Lourdes, en la Market, en Clifton Elizabeth y en New York, y en
todas partes.
Las hermandades son grupos de personas
que pretenden con sus hábitos servir al Cristo, ese que un negro pintó hace mas
de 3 de siglos para pedirle que salve a todos los esclavos del maltrato de sus
amos.
Ese que es irreverente, un Cristo
negro, en una pared cualquiera allá por las afueras de pachacamilla. La
historia negra del Cristo, en una época de esclavos y amos, un Cristo humilde a
semejanza de quien lo pinto y de todos los negros miserables de aquellos
tiempos, pero tenían esa fe adorable que el destino blasfema.
Y los octubres se cubren de morado y
todos se santiguan cuando lo ven pasar en andas por las calles, seguido de
multitudes, el cónsul, el alcalde y todas las autoridades, querrán estar con el
flaco moreno crucificado y paseado por los barrios, todos querrán estar con él
y demostrarle su devoción para que no los castigue.
Un pueblo hambriento de Cristo, un
pueblo hambriento de fe, hermanos que no practican el humanismo, pero se
chantan su hábito, y se echan a caminar, pidiendo el perdón por aquello que
seguramente luego de la procesión se volverá a repetir.
Avancen hermanos, no todo está perdido,
entre tanto tumulto hay almas sinceras y ellas son las que llenan de piedad los
ojos del Cristo de los humildes. Las mujeres cantan su devoción los hombres
levantan las andas y
se liberan de todos sus pecados porque
Cristo los tocó.
No importa, mañana todo será igual.
La hermandad presentará su balance y
todos los hermanos se felicitarán, dirán que hicieron la
mejor procesión, nadie se quitará el
habito de buen pastor.
¿Con cuantos hábitos, con cuantos
ternos podremos tapar el frio de aquellos que se mueren todos los años en las
punas del Perú?
También los cantores y ejecutores, las
bandas que acompañan a la procesión, todos buscaran
ganarse alguito, como los mercaderes
que el Cristo arrojó de su templo, salvo contadas excepciones.
Le cantaran free, al señor de sus
amores. Hace un año, una hermandad fue expulsada de una iglesia donde el cura
quería administrar los bienes y las actividades de la hermandad, hoy esta
hermandad tiene otra casa y pudo llevar al mismo Cristo de una iglesia a otra.
El Cristo negro de los humildes en su
cruz de palo no dice nada pero observa tanta miseria humana.
Así como cuando apareció el Cristo en
esa pared de Pachacamilla, así este cura también quiso quitar de su iglesia al
negro en la Cruz de palo.
El Cristo moreno no se conforma
con estas blasfemias, tampoco con las fiestas en su honor o con artistas que
cobran por cantarle, directivos que cada vez se alejan más de su mensaje y,
sorprendido, mira desde arriba tanta miseria, mientras tanto las andas de
algunas procesiones son cada vez más bellas, tienen oro, tienen plata, muchas
flores, a diferencia del Cristo moreno, pintado por un negro que no tenia donde
caerse muerto, mensaje irrefutable de humildad que nos enrostra de la misma fe
que el destino blasfema, del Dios que adoramos y que nació, de la forma más
humilde y dormitó su
primera noche en un pesebre.
Esta nota no pretende señalar a ninguna
organización en particular, solo es la reflexión de muchos hermanos,
feligreses, laicos que transitan por las vías de una fe adorable, que el
destino sigue blasfemando.
Segunda
quincena de Octubre del 2015.
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