lunes, 30 de noviembre de 2015

La penetración

Copular fue, y es, para los hombres, penetrar.
Un hombre que no penetra a una mujer, no es hombre.

Por Marco Aurelio Denegri*

Entenderemos en el presente artículo por penetración la introducción del órgano sexual masculino en la vagina de la mujer. Sé que la relación coital no se limita a eso, pero en aras de la claridad y con propósito didáctico, la circunscribiré esta vez a la inserción vergal en la vagina.

La inserción vergal en la vagina es una demostración de virilidad, una manifestación de hombría, un signo inequívoco de machez. La Naturaleza o la Filogenia había previsto la penetración y la había programado, porque sin penetración no hay perpetuación de la especie. El fin original y primario, el propósito substantivo de la penetración, fue, pues, reproductivo.
Podemos suponer fundadamente que en la prehistoria los cavernícolas ignoraban ese fin y desconocían semejante propósito. Hoy mismo, digámoslo de pasada, hay muchos pueblos primitivos que no tienen ni idea de la paternidad biológica. Pero estos primitivos saben una cosa que también supieron los cavernícolas: aludo al goce que depara la copulación, o por mejor decir, la penetración, porque copular fue, para los varones de ayer, y es, para los hombres de hoy, penetrar. En el imaginario social, un hombre que no penetra a una mujer, no es hombre.
Después de esta explicación se verá fácilmente que al parecerle al hombre, como le parece, lo más natural del mundo introducir su miembro en la vagina de la mujer, a ésta, según cree el varón, habrá de parecerle lo mismo. O dicho de otra manera: si el hombre atribuye a la penetración grandísima importancia: ochenta, noventa o ciento por ciento de importancia, se supone que la mujer le atribuye también la misma importancia. Es decir, él y ella concordarían respecto a la importancia de la penetración. Para los dos, supuestamente, la penetración tendría la misma importancia.
Hace quince años que vengo investigando este asunto. Me había propuesto averiguar si la mujer atribuye la misma importancia que el hombre a la penetración. Comencé preguntando a las parejas que conocía, alrededor de treinta, y después solicité la colaboración de parejas de la clase popular, la clase media y la clase alta. Las indagaciones fueron muy trabajosas, habida cuenta del tema, que para las más de las personas es muy incomodante. La investigación duró varios años y logré reunir las declaraciones, informaciones, datos y noticias de quinientas parejas. Y todo con la sola ayuda ocasional de dos asistentes. No nos ayudó, por cierto, ninguna institución ni fundación, y por supuesto ninguna entidad estatal.
Hallé lo siguiente: en ninguna de estas quinientas parejas, la mujer atribuía la misma importancia que el hombre a la penetración. Entre los hombres, el porcentaje más bajo de atribución de importancia fue del setenta por ciento. La mayoría atribuía el ochenta por ciento, aunque hubo testimonios de porcentajes más altos e incluso varios correspondientes a una atribución de importancia del ciento por ciento.
Entre las mujeres, el porcentaje más alto fue del cincuenta por ciento. El más bajo, diez por ciento. El promedio, treinta por ciento.
De esto se deduce, clarísimamente, que la penetración es para la mujer mucho menos importante que para el varón.
Al setenta por ciento de mujeres no les gusta la penetración, y si la admiten y consienten es para la complacencia del varón.
Al setenta por ciento de mujeres no les gusta la penetración, y si la admiten y consienten es para la complacencia del varón.
Demostré en el artículo anterior que el coito heterosexual presenta una notoria asimetría o falta de igualdad y correspondencia en lo tocante a la penetración. Al setenta por ciento de mujeres no les gusta la penetración o les gusta poco, y si la admiten y consienten es para la complacencia del varón, pero no porque a ellas realmente les satisfaga.

¿Cuáles son las causas del rechazo femenino a  la penetración?
A mi modo de ver, la ignorancia, la desconsideración, la chapucería y el apuro del varón. O para expresarlo de una manera muy coloquial: el hombre no sabe meterla. Obra torpemente, apuradamente y desconsideradamente.
La incompetencia sexual masculina se manifiesta ostensiblemente cuando el varón supone que él debe ser quien introduzca el pene en la vagina. Suposición que la mujer comparte, y en consecuencia se deja introducir el miembro, aunque ello la displazca.
Creen ellas que ellos son copulantes diestros, creencia que se desvanece cuando las mujeres, salvo las muy tontas e ignorantes, comprueban que en la práctica los hombres son ineptos y chambones.
Las paredes de la vagina, en condiciones normales de inercia funcional, se relajan y contactan entre sí. El pene, al entrar, las descontacta, y la vagina asume entonces la forma de un conducto cilíndrico.
Sabido es que nadie se rasca como uno mismo cuando una picazón molesta, o que nadie se agarra mejor que uno mismo los órganos genitales. Pues de la misma manera, nadie sabe mejor que la mujer recipiente si la verga está entrando como debe. Porque no se trata de meter, simplemente, el miembro sino de saber meterlo, para lo cual es necesario dirigirlo bien y ejercer con él la presión debida. El pene debe acomodarse en la vagina, y el acomodamiento debe hacerlo la mujer, no el hombre.
Nuestra sensibilidad, esto es, la capacidad de nuestro organismo de percibir en forma de sensaciones los diversos estímulos exteriores e interiores, se divide, justamente, en sensibilidad exteroceptiva (que recibe lo de fuera) y sensibilidad propioceptiva (que recibe lo de dentro).
Lo que la mujer recibe de fuera y que en este caso es el órgano sexual masculino, produce en el interior de su propio cuerpo determinadas reacciones, ora placenteras, ora displacenteras. Ella lo sabe gracias a su sensibilidad propioceptiva.
El varón siente que mete el miembro y que lo sigue metiendo, pero desde luego no puede sentir lo que la mujer siente con la metida; por ejemplo, que más que metida es arremetida o embestida, vale decir, ingreso brusco y torpe, asalto, invasión del enemigo; o sin llegar a tanto, bastará que sea inconveniente la dirección con que ingrese el miembro, o indebida la presión que con él se ejerza, para que la introducción, que no debiera incomodar, resulte incomodante y dolorosa para la mujer.
En resumen, la mujer es la que debe, pene en mano, introducírselo. Ella es la que debe colocárselo y acomodárselo. Ella sabrá darle la dirección que convenga y regulará la presión creciente con que el miembro, durante la introducción, vaya descontactando las paredes vaginales. La cavidad virtual que es la vagina se convertirá entonces en cavidad real.


El doctor Marco Aurelio Denegri, es tal vez no sólo el más importante sexólogo que tiene el Perú. Es posiblemente, uno de los más eruditos del continente. Sus obras son fuente de consulta de númerosos médicos. Él sabe lo que escribe y porqué lo hace. Páginas Libres se honra con su presencia

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