Por Guillermo Almeyra
Nicolás Maduro se daba como objetivo recoger los votos de Hugo Chávez
e incluso superarlos llegando a 10 millones pero obtuvo solamente
7.505.338, perdiendo 600 mil sufragios con respecto a la votación última por
Chávez y ganó por apenas 300 mil votos con un 50.6 por ciento contra 49.07 de
Henrique Capriles.
La abstención creció muy poco pues pasó del 20 al 22 lo cual demuestra
que la mayoría de los 600 mil votos que Maduro perdió fueron directamente a la
oposición que, imitando a Chávez y disputando su legado, logró arrastrar un
sector de clase media antes chavista e incluso a sectores obreros.
La campaña oficialista fue muy pobre: gran despliegue de retórica
nacionalista que Capriles contrarrestaba cubriéndose con la figura de Bolívar y
con la bandera, ninguna ideas sobre la profundización del proceso social y,
menos aún, sobre el socialismo, llamados repetidos a la lealtad (dirigido en
parte a la lucha interna en el aparato estatal) y no a la iniciativa y
autoorganización populares, silencio sobre los organismos de poder popular y
una mezcla de religiosidad con misticismo (el famoso pajarito). La de Capriles,
mentirosa e insidiosa, fue más hábil porque insistió en diferenciar a Chávez de
sus sucesores y en atacar a éstos mencionando continuamente los privilegios, la
corrupción y los negocios de la boliburguesía y callando sobre sus planes y sus
contactos con el imperialismo. Los votos chavistas que ganó y los que fueron a
la abstención no fueron sin embargo votos de esperanza sino una expresión de
protesta ante la inflación del 20 por ciento, que devora los salarios y los
efectos negativos de la devaluación sobre los sectores populares, la
delincuencia, la violencia, la corrupción y, tal como se vio en el entierro de
Chávez cuando quienes iban a la capilla ardiente obligaron a ministros a
bajarse de sus lujosos autos y a caminar con ellos, también los privilegios de
muchos funcionarios.
Capriles insiste ahora en un recuento de los votos, a pesar de
que el robo de boletas es imposible en Venezuela. El gobierno de Estados
Unidos, que calló ante el cochinero electoral en 1988 y en el 2006, secunda a
Capriles y prepara el golpe de Estado disfrazado de campaña democratizadora y
moralizante. Washington y la derecha antichavista construyen ahora sus lazos
con la derecha del chavismo y con el sector más conservador de las fuerzas
armadas y después van a impulsar una campaña que combinará sabotajes, fugas de
capitales, campaña de prensa destituyente, lock outs patronales,
manifestaciones estudiantiles buscando víctimas y soborno a personalidades
civiles y militares en los medios oficiales.
El peligro inmediato reside por consiguiente en la derecha
chavista que interpretará el escaso margen de votos que permitió que el
chavismo siga gobernando como una señal de que hay que parar el ritmo del
proceso y negociar con la oposición haciéndole concesiones.
Pero si las 1.600 empresas expropiadas funcionan mal, no hay que
privatizarlas nuevamente sino, por el contrario, administrarlas bien y bajo
control de sus trabajadores. Si los organismos de poder popular funcionan a
media máquina, no hay que eliminarlos: por el contrario, hay que dejar de
controlarlos desde el aparato estatal y de asfixiarlos y darles más
responsabilidad. Si hay una gran delincuencia, que el control y la organización
en los barrios la combata con todos los medios necesarios y no una policía
corrupta y corrompible. Los derechos democráticos están asegurados por el
referendum revocatorio pero para dar una salida política positiva al
descontento y quitarle base al golpìsmo con careta democrática la
revocación de los mandatos debe extenderse a todos los cargos públicos. En vez
de prohibir las huelgas y reprimir a los sindicatos y a los trabajadores, hay
que discutir con ellos en plena igualdad. En vez de transformar el socialismo
en una palabra propagandística vacía hay que discutir públicamente, sin ninguna
cortapisa y con todos, cuáles deben ser las medidas que ayuden a prepararlo,
cómo evitar la burocracia y la corrupción con la participación consciente y organizada
de obreros, estudiantes, intelectuales. En vez de embellecer la realidad, hay
que mostrar a tiempo las dificultades para corregirlas. En vez del paternalismo
y de la lealtad al mando hay que desarrollar la iniciativa, la creatividad, la
innovación, la crítica, la construcción de ciudadanía.
Maduro prometió aumentos de salarios masivos e inmediatos que no
podrá dejar de cumplir sin pagar un costo político. Pero con una inflación muy
fuerte, carencias de alimentos e insumos, mercado negro, reducción de los
ingresos reales, esos aumentos cuando mucho compensarán en parte la pérdida del
poder adquisitivo. Venezuela no puede depender sólo del precio del petróleo:
debe producir y elevar su productividad. Hay que aplicar las medidas que
permitan terminar con la ineptitud o la corrupción en los aparatos
administrativos y que favorecen a los grandes importadores y hay que formar a
toda prisa jóvenes administradores y técnicos eficientes e innovadores.
Es necesario igualmente aprender del pasado y, en vez de guiarse por
una imagen deformada y mítica de la experiencia peronista, aprender en serio de
por qué Perón llevó en los cincuenta a la economía argentina a un callejón sin
salida y fue derrocado y por qué, en los setenta, volvió a repetir esa política
nefasta y abrió el camino a una dictadura derechista feroz.
Que la historia latinoamericana y la del socialismo se discuta sin
trabas ni límites es fundamental porque, sin aprender del pasado, no se puede
preparar el futuro. Frente a la prensa golpista hay que estimular la creación
de una prensa de izquierda, de sindicatos, grupos, organizaciones: si ella
critica algunas medidas del gobierno, eso permitirá corregirlas si es necesario
o, por el contrario, convencer a los críticos de que están equivocados.
En una palabra, para reducir el
alcance del golpismo en marcha y derrotarlo, no hay otra vía que apelar a los
trabajadores y profundizar el proceso.
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