Por David Brooks
Todo esto tendría que estar en
cualquier lista de síntomas para diagnosticar si una democracia se encuentra en
estado crítico.
Según la Fundación Sunlight, 31 mil 385 personas –una décima parte del
uno por ciento de la población de Estados Unidos– aportaron casi 30 por ciento
de los 6 mil millones de dólares en contribuciones a las elecciones federales
en 2012 (presidenciales y legislativas). O sea, este grupo, muy exclusivo, que
ni siquiera llenaría un estadio de futbol y está compuesto por gente que, según
Sunlight, tiene poco en común con el estadunidense promedio, ya que proviene de
las ciudades más grandes y trabaja en las empresas más poderosas, como Goldman
Sachs y Microsoft, determinó en gran medida el resultado del ejercicio en el
que, se supone, el pueblo es el jugador principal.
Club de donantes
La contribución media de los integrantes de ese club de donantes fue
de 26 mil 584 dólares, poco más de 50 por ciento del ingreso medio de una
familia estadunidense. Ningún legislador del Congreso ganó su elección sin la
asistencia financiera de ese grupo elite de donantes.
Hablando del uno por ciento, a pesar de un crecimiento económico
anémico, con millones batallando contra el desempleo y la pérdida masiva de sus
ahorros desde la gran recesión, los 200 ejecutivos en jefe en las empresas más
grandes recibieron un incremento de 16 por ciento en su remuneración total en
2012 –con el paquete de pago ejecutivo medio llegando a 15.1 millones de
dólares, reportó el New York Times. Lawrence Ellison, fundador y ejecutivo en
jefe de Oracle, ocupa el lugar número uno, con un pago total por sus servicios
de 96.2 millones de dólares. Para ellos, la palabra crisis no existe.
Hablan las cifras
Según cálculos del Instituto de Política Económica, la remuneración
para ejecutivos en jefe durante 2012 fue 202.3 veces más que lo que gana un
trabajador típico, nivel mucho más alto que en los años 60, en los cuales los
ejecutivos percibían como máximo 18.3 veces más que un trabajador típico. No
sorprende que la distribución del ingreso en este país esté así: el 10 por
ciento más rico obtiene 48 por ciento, mientras el 90 por ciento restante
comparte el 52 por ciento del ingreso total.
Banca o lavandería
Mientras tanto, el gigantesco banco trasnacional HSBC logró resolver
su problema legal pagando 1.92 mil millones de dólares a las autoridades, sin
tener que enfrentar cargos criminales por haber lavado miles de millones en
fondos provenientes del narcotráfico en México y Colombia, y negocios de país
bajo sanciones económicas por posibles actividades terroristas. Si uno es
integrante del uno por ciento, la justicia no es igual para todos.
Amenazas
En el ámbito internacional, Washington continúa amenazando a países
latinoamericanos para que no permitan el tránsito o sean destino del fugitivo
Edward Snowden, acusado de ser espía por haber revelado secretos de que Estados
Unidos podría estar violando los derechos de millones de ciudadanos y espiando
poblaciones de cualquier otro país, al parecer, que se le antoje. Mientras
Washington intenta enfocar la atención sobre Snowden, el asunto más grave es lo
que el fugitivo reveló: un aparato masivo de vigilancia y espionaje a
ciudadanos aquí y todas partes del mundo, y con ello engaños y falsedades por
los más altos funcionarios ante representantes del pueblo sobre todo esto. Lo
que vemos aquí, una vez más, es una corriente autoritaria en la vida política
estadunidense, en la cual los oficiales políticos más poderosos no pueden
cometer delitos y hacer maldades. Los únicos delitos políticos provienen de los
que revelan y agresivamente desafían a esos funcionarios, escribe Glenn
Greenwald, columnista de The Guardian, quien publicó las revelaciones iniciales
de Snowden.
A la vez, con la gran preocupación por la democracia en el mundo, el
Wall Street Journal, en su editorial sobre la crisis política en Egipto,
concluyó que los egipcios tendrían suerte si sus nuevos generales gobernantes
resultaran estar en el molde de Augusto Pinochet, de Chile, quien tomó el poder
entre el caos, pero contrató a reformistas de mercado libre y asistió el parto
de una transición a la democracia. O sea, ¿la recomendación de uno de los medios
nacionales más importantes en este país democrático son 17 años de dictadura,
junto con tortura, desapariciones y asesinatos de miles?
Éstos son sólo algunos de los más recientes indicadores de la
condición democrática de Estados Unidos; mucho de ello no sorprende a estas
alturas. Lo que no deja de sorprender es, por ahora, la falta de una reacción
masiva de la ciudadanía estadunidense al ver su democracia en un estado tan
deteriorado.
Sin embargo, hay señales de vida: migrantes luchan por justicia
económica y social en todos los rincones del país (continuando la tradición
estadunidense de más de un siglo); miles de ciudadanas y una legisladora en
Texas batallan por el derecho al aborto ante un bastión del poder conservador;
un coro de millones canta, junto con Bruce Springsteen, versos furiosos ante
injusticias sociales; un artista, con la ayuda de la comunidad, crea un
monumento a Antonio Gramsci en uno de los barrios más pobres del país: el South
Bronx.
Los pueblos de repente sorprenden, como se ha
demostrado en estos últimos días en diversos países, a sus vigilantes (La Jornada)
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