domingo, 29 de diciembre de 2013

Patio de Letras








 



Aun cuando  en el Perú los poemas dedicados a los goces y desvelos de la paternidad son escasos, bastó solo un poema para compensar la carencia y perennizar la memoria de su autor: Pablo Guevara (Lima, 1930-2006). Y puesto que el mejor homenaje será siempre leerlo, he aquí el poema más padre dedicado al duro y duradero oficio de ser padre.


Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
 
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
 
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
 
y el amable licor como un reino sin fin.


Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas 
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
 
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
 
fueron botas. Gran monarca de su oficio, todo creció
 
con él. La casa y mi alcancía y esta humanidad.

Pero algo fue muriendo, lentamente al principio;
 
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión,
 
algo se fue muriendo con esa gran constancia
 
del que mucho ha deseado.

Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
 
como una cosa usada, un zapato o un traje,
 
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.

Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
 
qué sé yo, lo estrujaban.

Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario