lunes, 30 de noviembre de 2015

PATIO DE LETRAS

UNA BELLA HISTORIA DE AMOR

Dos meses antes de su muerte, Ciro Alegría contrata  a Genaro Llanqui de chófer, un joven aymara que no se avergonzaba de su origen y quien en poco tiempo,  se ganó el aprecio de la familia. “Genaro había recibido mucho afecto y respeto de Alegría y estaba agradecido”, cuenta Dora quien recuerda haberse sentido conmovida al verlo llorar en el funeral del escritor.

“Este gesto me hizo pensar que a través de aquel hombre lo lloraba todo el pueblo humilde del Perú”, afirmó.
Al fallecer el escritor, Varona se encuentra casi desamparada, con tres hijos y el cuarto en camino, deudas acumuladas, y sin hogar propio.
Llanqui permanece al lado de la familia, a menudo cubriendo con su propio dinero los gastos básicos y cuidando a los niños como si fueran suyos, aunque siempre manteniendo una distancia decorosa de la joven viuda.
Del espíritu de servicio de Llanqui y la necesidad de Varona nace una profunda amistad en la que se tejen respeto, admiración y lealtad entre dos seres de mundos radicalmente diferentes.
Varona se convierte en su maestra, enseñándole desde los elementos más básicos de pronunciación hasta una apreciación por la literatura y las artes.
Llanqui, por su parte, se hace imprescindible para la familia, como chófer, figura paterna, compañero y amigo.
Para Llanqui, sin embargo, que la relación avanzara hacia algo más parecía imposible.
“Además de la diferencia de razas, de cultura, de posición social, ¿qué le diría a una dama que había estudiado en Europa, que era escritora y maestra del idioma?”, escribe.
“Si yo apenas tenía sencillas palabras del día para movilizarme con mi reducido vocabulario”, prosigue.
Los detalles del romance se narran poéticamente, utilizando poemas y la letra de boleros, herramienta que Llanqui utiliza de mensajera.
Al tiempo, cuando informan a la familia que van a contraer matrimonio, los hijos aplauden la decisión que habría de estremecer a la sociedad peruana.
“Cuando me casé con Genaro llovieron las críticas sobre mi decisión”, recuerda Varona y explica: “La gran mayoría encontraba que yo había ofendido la memoria de Ciro Alegría y que posiblemente mis hijos resultarían afectados por el cambio”.
A ellos les recuerda, hoy, 38 años después, que cuando conoció a Llanqui había quedado viuda y sin recursos, “más pobre que Genaro, quien no tenía carga familiar y poseía tierras en su natal Ilave”.
“Además, era más joven que yo”, añade.
Varona recuerda las miradas de asombro y desaprobación que recibían y, en una ocasión, hasta se le negó la entrada a Llanqui a un club privado al que pertenecía la familia.
Esa mirada honesta al racismo que imperaba en la sociedad peruana es uno de los muchos logros del libro.
Fuente: EFE y Casa de la Literatura Peruana

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