martes, 23 de febrero de 2016

Tú no tienes Marías que se van


Por Eduardo Gonzáles Viaña

César Vallejo pensó siempre que había comenzado a entrar en el corazón de María Sandoval en aquellos días de noviembre de 1915 en que la conoció como bibliotecaria en la Liga de Artesanos de Trujillo. Se equivocaba.

Los diarios de la joven, descubiertos en esa ciudad por mi amigo Teodoro Rivero-Ayllón, le dan a esa historia de amor un cauce algo diferente. María Sandoval habría conocido desde algunos meses antes al poeta quien vivía a tan solo una cuadra de ella.
La joven describe el primer encuentro:
7 de septiembre de 1915 : Hoy me he sentido como debió sentirse Beatriz cuando se encontró con Dante. Salía yo de la misa de mediodía cuando descubrí que un joven peludo y de ojos fulgurantes me estaba mirando. Entre la pequeña plazuela de Santa Ana y la esquina donde él se encontraba se produjo entonces una cacería de miradas y un revoltijo de nosequés. Vestía de un color negro muy elegante y era el hombre más flaco que yo había visto toda mi vida. No creo que caminara. Más bien levitaba, volaba. Lo más intenso de él era su mirada. Nada me dijo.
Me hubiera gustado que se hubiera acercado porque es un hombre misterioso. Tiene una peluca como la que se supone que deben tener los artistas. Beethoven, sí, se parece a Beethoven. Tiene que ser un pianista o un poeta. ¡Oh, Dios mío!- pensé- ¿qué pasaría si no es más que un idiota burgués?… No, no, no, tiene que ser un poeta.
16 de septiembre de 1915.- ¿Adivinas, tú, diario mío, a quién he visto y leído esta mañana? … Sí, ya lo sabes. ¿Y quieres saber una cosa? …Es terriblemente tímido. A las 6 de la mañana, llegó casi levitando hasta el pequeño parque de frente a mi casa. Miró hacia todos los lados para asegurarse de que nadie lo veía. Después de buscar entre los cuatro árboles, descubrió la higuera que parece recostarse sobre una de las alas de la iglesia de Santa Ana, y allí mismo escondió lo que yo adiviné que era una carta de amor para mí.
¿Y sabes qué?… A través de la ventana, yo lo estaba mirando, pero él no lo sabía… Por supuesto que se marchó … y claro, yo salí, busqué entre las ramas… y allí estaba la carta… que por supuesto estaba escrita para mí. ¿Cómo adivinó que yo la recibiría?… Hay mil respuestas y posibilidades, pero hay una segura: Al igual que yo, C.A.V. (su firma) cree en el destino.
César Vallejo y María Sandoval se conocieron más formalmente el 15 de noviembre de hace hoy cien años. Ella era bibliotecaria de la Liga de Artesanos y Obreros de Trujillo. La chica le contó que escribía un diario, y él comenzó a apodarla María Bashkirtseff como una joven rusa que también había escrito un diario íntimo y que muriera a los 24 años de edad.
En su diario que aparece en mi novela “Vallejo en los infiernos”, María transcribe misivas del poeta como ésta:
3 de abril de 1916: María, marimarimaría: “a nuestra hora, la tierra gira al revés, el tiempo se desboca, el mar se olvida de vivir y las estrellas se pierden para siempre, y nosotros ni nos enteramos porque al fin estamos juntos.”

Se amaron entrañablemente durante dos años, pero un día María Sandoval se hizo invisible. Tenía ella 20 años y había contraído la tuberculosis, un mal que entonces no tenía cura. Se fue a la sierra de Otuzco para morir sin que su amado poeta se enterara. Cuando él lo supo, escribió ese poema en que increpa a Dios con su verso “Tú no tienes Marías que se van.”… Tal vez entonces todos los papeles se borraron.

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