Un flagelo convertido en política de Estado
La decadencia internacional del capitalismo se revela
incesantemente en los escándalos de corrupción que dan la vuelta al mundo,
salpicando muchos, muchísimos, dólares, con sangre y sudores de los más pobres
del planeta.
En Italia,
Berlusconi se pasea orondo, cual César redivivo, sin ocultar la podredumbre del
personaje que representa. En España, el devoto Rajoi, prominente miembro del
Opus Dei, también ha sido descubierto recibiendo suculentos ingresos por debajo
de la mesa.
En EEUU, donde el
lobbysmo es un negocio legal, y donde la religión perdona las deudas, menos los
diezmos, las ingentes cantidades de dinero recibidas por las corporaciones
financieras a comienzos de la “era” Obama, hasta ahora no han reflotado la
economía, ni resuelto la angustia de cientos de miles de embargados de sus
casas que han quedado literalmente en la calle, dejando claro que el Estado
solo sirve para proteger a las grandes corporaciones pero no al pueblo. ¿Y no
es acaso corrupción que las contribuciones del pueblo pasen a manos de los que
ya tienen demasiado?
Pero si de corrupción
se trata, es probable que el Perú esté disputando, haciendo todos los méritos
posibles, para lograr el primer puesto entre los países más corruptos del
planeta.
Esto se debe
particularmente a dos razones: primero, el Perú tiene una clase gobernante, no
dirigente, absolutamente parasitaria. Detesta el trabajo, el esfuerzo
empresarial. A pesar de gobernar uno de los países más ricos del mundo en
biodiversidad, en recursos naturales, y con una disciplinada e ingeniosa fuerza
de trabajo agrícola, en un territorio tan inhóspito.
La parasitaria
clase que gobierna el Perú, que difícilmente se puede calificar de burguesía,
puesto que esa clase tiene el mérito de haber desarrollado, en el planeta, los
medios de producción dando rienda suelta a la imaginación que hoy posibilita
tantos inventos que debieran hacer de la existencia humana un edén, hasta que
la ambición y la criminal tendencia del capitalismo a la concentración de
riquezas y de poder, han producido la crisis actual que nos lleva a la destrucción
del planeta y a la desaparición de la existencia humana.
Representantes de
esa decadencia del capitalismo, son los políticos peruanos. Fujimori, Paniagua,
Toledo, Alan García y Humala, son la encarnación del imperio de la mendacidad
que gobierna el mundo y particularmente, el Perú.
“La plata llega
sola”, es la doctrina impuesta casi siempre, desde el minuto siguiente al 28 de
Julio de 1821, fecha en que San Martín proclamara la independencia. Que lo haya dicho Alan García, solo es la
confirmación de una forma de actuar de los políticos peruanos que para llegar
al poder mienten y cuando llegan a él roban, no solo las esperanzas de los
pueblos sino el contante y sonante efectivo que bien invertido hace mucho que
hubieran sacado a los pueblos del atraso y la miseria.
Hoy, en que las
elecciones para el 2016, ya se están adelantando, el circo abre sus puertas
para mostrar cual podría ser el peor candidato, lo que equivale a ser el de
mayores posibilidades para llegar al gobierno.
Qué duda cabe, Alan
García, es el peor de todos. “Maestro de la coima sin huellas” lo llama César
Hildebrandt.
Bastó que la
Megacomisión que preside el congresista Sergio Tejada, denunciara que los
indultos de casi 1500 reos, realizados por el propio Alan García, muchos de los
cuales comprometidos con el narcotráfico, hubieran sido beneficios a 10 mil
dólares por año de reducción de penas, para que de pronto este prestidigitador,
que convierte sus denuncias en papel higiénico usado, mueva sus fichas para
embarrar a todos, como si dijera si yo robo y tengo mis casas compradas con el
dinero de las coimas que hice durante mi gobierno, pero también es así Toledo y
todos los demás. Recordándonos el grito destemplado y entre irónicas sonrisas
que lanzara Fujimori para decir “¡Soy inocente!”.
Pobre
Perú, hace años que el pueblo solo tiene de candidatos al cáncer o al Sida y,
como dijera el poeta, este cadáver que somos casi treinta millones de peruanos,
¡Ay, sigue muriendo! (Cabe)
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