Por CABE
Cuenta una de las viejas
tradiciones de la cultura andina milenaria que los peruanos debiéramos conocer
para alimentar el alicaído orgullo patrio, una historia respecto a la maravilla
de la culinaria peruana. Dice así:
En tiempos muy remotos, luego que
el Dios Wiracocha creara a los runas (seres humanos), al igual que los dioses de todas
las culturas, tenía un heraldo que bajaba a la tierra y observaba a los runas y
transmitía toda su información al Palacio de piedra de los dioses que miraban
desde las alturas el producto de su creación.
Un buen día, el heraldo, que hoy
es un pajarito llamado Chihuaco, y que se caracteriza por tener las posaderas rojas porque siendo muy
travieso, los dioses le daban de nalgadas, llegó al Palacio sobresaltado y le
informa a Wiracocha que los runas están muy delgados que de pronto, apretándose
el vientre, botan espuma por la boca y caen desplomados.
La diosa Keri Awicha, que se hallaba cerca, comenta:
“pobrecitos, es que no se les ha dicho que tienen que comer para sobrevivir”.
Ante ese comentario, Wiracocha
convoca a todos los dioses y ordena resolver el problema. Keri Awicha sugiere
preparar alimentos para que Chihuaco se los lleve a los runas.
Watio se ofrece conseguir los ingredientes y desde entonces pasa a ser el
dios de la Agricultura.
Puestos en
acción pronto tendremos el espectáculo de los dioses cocinando entre humos y
vapores de diferentes aromas, y colores. Destacaba entre ellos, sin duda, Keri
Awicha que pasa a ser la diosa de la cocina, y así entre cantos corales de
maravillosas ñustas y los fuegos de volcanes que además de dar vida y color
alimentaban el calor de las cocinas, fueron preparandose exquisitos manjares,
con los mejores ingredientes, los más nutritivos, agradables al paladar,
saludables y generosos, que con la sagrada Chicha alcanzaban su máximo esplendor.
Terminada la faena, los dioses
inventaron una olla mágica y fueron colocados allí todos los manjares para el
deleite y la salvación de los runas.
Chihuaco, cogió la olla y fue
bajando a las tierras de los runas. Pero ya hemos señalado lo travieso y
desentendido que era este pajarraco. El caso es que mientras volaba, se le
cruzó una palomica de lindos ojos y agradable vuelo y Chihuaco desendió cuanto
pudo y escondió la olla mágica entre unos matorrales y salió en busca de la
palomita encantadora.
Al no
encontrarla, luego de horas de búsqueda, resignado, Chihuaco regresó al lugar
donde supuestamente había escondido la olla. Pero no la encontró. Desesperado
por el castigo de los dioses, Chihuaco se hallaba desolado, hasta que
finalmente, gracias a que él había observado con mucha atención como cocinaban
los dioses, tomó una desición.
Voló hacia
los runas y en un encendido discurso les dijo que su problema era la falta de
alimentos. Que los runas debían comer para sentirse fuertes y felices. Y que
los dioses le habían enseñado lo que debían hacer.
Así es como los runas siguiendo las
instrucciones de Chihuaco, aprendieron a cocinar y por eso desde entonces se
dice que los peruanos y peruanas ¡cocinan como los dioses!
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