viernes, 20 de septiembre de 2013

Se parece…








Por Rosa Maria Contreras



En el salón de clase acababan de ver un video de gente con discapacidad, y Yoshua no pudo controlar sus carcajadas. Había que escuchar su opinión para comprender su lógica infantil; y en efecto, con risa entrecortada y procurando controlarse, respiró, y dijo: -Sííí, me da mucha risa, jaajaajaa… el niño de la película se parece a un sapo!!!... … Sus compañeros lo miraron enojados.
Comentaban que éste era malcriado y burlón. Mostraban firme identificación y respeto hacia los discapacitados, fruto del cumplimiento de una norma de conducta para docentes y estudiantes de la Institución Educativa N 30764 “CAPELITO” de La Merced-Chanchamayo-Perú; donde aplican inteligentemente, desde su director el profesor Isaac Lino, la ley de la Inclusión. \
Ésta, que nació tras la exigencia de fuerzas representativas peruanas por la igualdad educativa, pasó -desde sus inicios en 1982- por un proceso de discernimiento y especificación de la norma, dada la amplitud del problema y la naturaleza de las discapacidades:

Se sugería que los niños con discapacidades intelectuales estudien con otros sin problemas, para no aislar al más débil y para que en la diaria convivencia todos desarrollen “su” lado humano. Fórmula mixta que según otro grupo de analistas, atrasaría el proceso de aprendizaje en niños “normales”.
La formación especializada, con estructuras métodos y maestros en la materia que enseñan a menores con limitaciones intelectuales y sensoriales a “sincronizar” en el diario hacer del mundo, viene siendo la mejor alternativa.  
Niños y jóvenes con problemas físicos estudiando en colegios comunes, pasan no sin experimentar la sombría apariencia. Junto a sus capacidades intelectivas que muchas veces supera al común denominador, afrontan barreras físicas, sociales, de transporte, y marginación de  de alumnos que los acallan con burlas.
Esta Ley ha de estudiarse con profundidad,  para activarla no desde lo que parece Ser, sino desde lo que Es: Propone tratar el tema en los Colegios con naturalidad; preferentemente a diario, para no minimizar ni agrandar el problema con las bombardas de una fecha cívica más en el calendario a cumplir  en la nómina curricular.
Aun cuando Yoshua reflejaba cierta incongruencia familiar, preocupante tipo de discapacidad que debe interpelarnos, se estaba refiriendo -desde su nerviosa risa y confuso entendimiento- al niño con Síndrome de Dwon que vio en el video (quién por cierto, con características faciales especificas, tenía la apariencia de lo que él notó). “Se parece”... dicho con sinceridad, expresaba una verdad que sus compañeritos no lograban entender. 
         La frase, escrita en la pizarra para analizarla, junto a la pregunta ¿Y es? encontró respuesta inmediata en una niña sordomuda, quién con desbordante compañerismo ante Yoshua (con quien creció desde el primer grado) en su lenguaje mímico procuraba decirle y sin herirle, que estaba equivocado.
La miró, sonrió, y sin dudar respondió: -Disculpame Johana,  se parece… pero no es. Su respuesta transformó el semblante incognito de los niños del 4 grado de primaria en rostros sorprendidos, al ver por primera vez a Yoshua en alguien transformado, gracias al gesto amable con que se había encontrado.

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