Por Rosa Maria Contreras
En el salón de clase acababan de ver un video de
gente con discapacidad, y Yoshua no pudo controlar sus carcajadas. Había que escuchar su
opinión para comprender su lógica infantil; y en efecto, con risa entrecortada
y procurando controlarse, respiró, y dijo: -Sííí, me da mucha risa, jaajaajaa… el niño de la película
se parece a un sapo!!!... … Sus compañeros lo
miraron enojados.
Comentaban que éste
era malcriado y burlón. Mostraban firme identificación y respeto hacia los discapacitados, fruto del cumplimiento de una norma de conducta para
docentes y estudiantes de la Institución Educativa N 30764 “CAPELITO” de La
Merced-Chanchamayo-Perú; donde aplican inteligentemente, desde su director el
profesor Isaac Lino, la ley de la Inclusión. \
Ésta, que nació
tras la exigencia de fuerzas representativas peruanas por la igualdad educativa,
pasó -desde sus inicios en 1982- por un proceso de discernimiento y
especificación de la norma, dada la amplitud del problema y la naturaleza de
las discapacidades:
Se sugería que los
niños con discapacidades intelectuales estudien con otros sin problemas, para
no aislar al más débil y para que en la diaria convivencia todos desarrollen
“su” lado humano. Fórmula mixta que según otro grupo de analistas, atrasaría el
proceso de aprendizaje en niños “normales”.
La formación
especializada, con estructuras métodos y maestros en la materia que enseñan a
menores con limitaciones intelectuales y sensoriales a “sincronizar” en el
diario hacer del mundo, viene siendo la mejor alternativa.
Niños y jóvenes con
problemas físicos estudiando en colegios comunes, pasan no sin experimentar la
sombría apariencia. Junto a sus capacidades intelectivas que muchas veces
supera al común denominador, afrontan barreras físicas, sociales, de
transporte, y marginación de de alumnos
que los acallan con burlas.
Esta Ley ha de estudiarse
con profundidad, para activarla no desde
lo que parece Ser, sino desde lo que Es: Propone tratar el tema en los Colegios
con naturalidad; preferentemente a diario, para no minimizar ni agrandar el
problema con las bombardas de una fecha cívica más en el calendario a
cumplir en la nómina curricular.
Aun cuando Yoshua
reflejaba cierta incongruencia familiar, preocupante tipo de discapacidad que
debe interpelarnos, se estaba refiriendo -desde su nerviosa risa y confuso
entendimiento- al niño con Síndrome de Dwon que vio en el video (quién por
cierto, con características faciales especificas, tenía la apariencia de lo que
él notó). “Se parece”... dicho con sinceridad, expresaba una verdad que sus
compañeritos no lograban entender.
La frase, escrita en la pizarra para
analizarla, junto a la pregunta “¿Y es?” encontró respuesta
inmediata en una niña sordomuda, quién con desbordante compañerismo ante Yoshua
(con quien creció desde el primer grado) en su lenguaje mímico procuraba
decirle y sin herirle, que estaba equivocado.
La miró, sonrió, y sin dudar
respondió: -Disculpame Johana, se parece… pero no es. Su respuesta transformó el semblante incognito de los niños del 4
grado de primaria en rostros sorprendidos, al ver por primera vez a Yoshua en alguien
transformado, gracias al gesto amable con que se había encontrado.
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