viernes, 28 de agosto de 2015

No siempre el pueblo tiene la razón



Por César Hildebrandt



César Hildebrandt
La gente de La Oroya quiere refinería, chamba, quincena, CTS, AFP si fuera posible. No les importa respirico, comer plomo. Les importa el sobre.
¿Conciencia ambientalista? ¿Responsabilidad social? ¿Intuición de futuro? Cero. Cero. Cero. Son los mineros de la vieja Cerro de Pasco, los de Vallejo, los que Ciro Alegría rozó en sus libros sobre comunidades arrasadas, los que Scorza convirtió en mito.
Son, en realidad, los herederos de aquellos comuneros resignados que toleraron durante años que parecieron siglos la esclavitud, el impuesto indígena, la leva, el descaro criollo de la republiqueta fundada en 1921. Son los tataranietos de aquellos campesinos que les soplaban a los chilenos por dónde andaban Cáceres y los suyos. Son el Perú oprimido y en silencio de aquella estrofa que García censuró de la pura vergüenza.
Detrás de esta gente de La Oroya está el fujimorismo tóxico y las portátiles promineras. Por eso es que hay quienes ya escriben sobre el ejemplo de La Oroya versus el mal ejemplo de Tía María y Conga.
Sólo falta que vaya Carlos Bruce, en nombre de su nuevo patrón y los aplauda.
En su apogeo de humos sulfúricos, La Oroya fue considerada una de las diez ciudades más contaminadas del mundo. La empresa de delincuentes que la compró al final hizo muy poco para adaptarse a los planes de remediación ambiental. Y ahora le ha entablado al Perú un juicio por 800 millones de dólares.
Parecen valientes los de La Oroya apedreando ómnibus y bloqueando la carretera central. No lo son. Si lo fueran, se atreverían a defender sus intereses y no los de cualquier capitalista pirata que pide una rebaja sustancial de los requerimentos ambientales. Son turba sin dirección sin metas ni principios. No leyeron a Mariátegui. Son huérfanos de una izquierda ausente que no tuvo tiempo de instruirlos. Dan pena.
Se parecen a esos miles de cubanos que hoy, 56 años de marxismo leninismo y escacez bíblica en nombre del hombre nuevo, se alborozan y vivan a Barack Obama pensando en los bluyines que llegarán, en los chevrolazos que se pondrán a tiro de tarjeta (American Express), en las hamburguesas de carne pálida que les alegrarán la vida. Porque cuando uno escarba, detrás de las palabras para el mármol están los apetitos de cada día. Y detrás de un socialista suele haber un embajador expectante. O sea que tras un Dammert se agazapa un Lerner Ghitis.
Porque el pueblo no siempre tiene la razón. ¿O es que el pueblo tiene, más bien, razones sucesivas impuestas por el poder de los caudillos? ¿No fue el pueblo de las primeras barriadas de Lima el que adoraba a Odría y su Nadine de entonces, la señora María Delgado de Odría? ¿No fue un pueblo agradecido el que aplaudió a Fujimori cuando cerró el Congreso y cuando barrió con las instituciones?
Las elecciones son el espejismo de la libertad. Incluyendo, por supuesto, las del próximo año.

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