domingo, 3 de julio de 2016

DECEPCIONANTE


Por César Hildebrandt
Tratándose del fútbol meter un gol con la mano con la mano es una grosería. No puedes jactarte de eso. No puedes hablar 'patria agradecida" si lo hiciste.

Y si no quieres enemistarte con la hinchada alcoholizada, mejor te callas, rechazas pronunciarte, te haces el loco. Me dio pena ver al presidente de la república electo decir en "Cuarto Poder", el domingo pasado, que había sido mano, que el pícaro que la usó la había llevado hacia atrás, que el gol, en suma, era tan limpio como un estanque jardinero de Kioto.


Puede parecer una frivolidad, un asunto de extrema superficialidad-1, un episodio banal, pero no lo es. Cuando los argentinos convirtieron la procacidad manual de Maradona en monumento nacional demostraron al mundo una lasitud de principios que quizá explique algunos de los desmanes dinerarios del peronismo más reciente y mucho del orgullo chauvinista de sus locutores (incluyendo a los tanos que en ESPN no saben conjugar el verbo errar).

Cuando muchos franceses se solidarizaron con la mano de Thierry Henry en aquel partido que los clasificó para el mundial de Sudáfrica a costa de los irlandeses, detrás de ese gesto estaban, vagamente implícitos, los episodios de la traición de Mitterrand, el mal de de Sarkozy, la enemistad, en suma, de la empequeñecida Francia actual con la historia que antes la viera como protagonista. Nadie imagina a Charles De Gaulle hablando de ese viscoso asunto con una sonrisa de redactor becario de "L'Equipe". Pero hoy Hollande es el remedo homeopático del gran Jaures.

Y si los chilenos festejan, desde el hervor de su nacionalismo de zarzuela, el penal inventado que les permitió derrotar a Bolivia en el minuto lo del tiempo de descuento, pues allí están, detrás de esas
celebraciones curadas y de corvo al cinto, arrastrando cadenas, los fantasmas de Lynch, Baquedano y los ladrones de libros de la Biblioteca Nacional del Perú.

Todo viene en combo. Si sacas pecho por un gol futbolístico de mano será muy fácil que admires a Rodolfo Orellana, aquel emprendedor voraz que creó un imperio inmobiliario forzando el concepto de la propiedad y llevando el horizonte del arbitraje a las cimas de la imaginación.

Si te parece bien lo que hizo Ruidíaz, ¿por qué no te habrías de sumar a los que dicen "roba pero hace obra"? Y si lo pensamos bien, si aplaudes un gol de falanges, ¿por qué no habría de parecerte lícito no pagar el impuesto predial esperando la amnistía que el alcalde idiota está siempre dispuesto a ofrecer? 
¿Y por qué, si elogias al tramposo, deberías tener escrúpulos para comprar celulares robados, tener
cable ilegal (como las 250,000 familias que lo disfrutan en Lima), hacerte de una conexión clandestina de agua y luz? ¿Y por qué no ser minero trucho, leñador ilegal, productor de porquerías que no pasan por la DIGEMID y tienen etiquetas falsificadas? Y yendo al fondo de todo, si Ruidíaz te parece tan grande, ¿por qué no votar por quienes borraron la frontera entre lo legal y lo ilegal al cabo de diez años de gobierno corrupto?

Por todo eso, qué decepción ver y oír a PPK sumándose al coro de las barras bravas. Espero que reflexione. Nadie lo ha elegido para que se parezca a cualquier Becerril.

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