viernes, 20 de septiembre de 2013

11 de Septiembre 1973-2001



  




Por Carlos Bernales



Hace 12 años, dos de los emblemáticos edificios de la ciudad de Nueva York fueron colapsados ocasionando una retaliación que ha significado igual número de años de muerte y dolor especialmente para seres inocentes de Afganistán e Irak, cuyos niños, madres y ancianos han dejado la vida en bombardeos que lejos de lograr paz y tranquilidad para el mundo, solo han incrementado unas cuotas de dolor que solo los pueblos las sufren.
El premio Nobel de la Paz, Barack Obama, administrador del más poderoso imperio militar de la historia, por si fuera poco lo actuado, amenaza ahora con bombardear las principales ciudades de Siria, sin ocultar que la verdadera intención no es deponer a su gobernante, Bashar al Assad, sino castigar sus fuerzas. Por experiencia histórica sabemos que ese castigo llegará solamente a los de abajo.
Por ello, las lágrimas de cocodrilo que se derraman en Washington, respecto del 9-11 de Nueva York, solo pueden provocar repudio, porque ofenden no solo a los pueblos árabes cuya sangre se derrama cada día sin cesar, sino porque también se encarroña la memoria de las víctimas inocentes que quedaron sepultadas bajo los escombros de las torres del desaparecido World Trade Center.


Pero hay otro 11 de septiembre
Que tampoco se olvida y que condena a los mismos que hoy siguen amenazando al mundo: el cruento Golpe de Estado en Chile y el asesinato de Allende.
Las jóvenes generaciones que sienten, en Chile y en el mundo entero, los reflejos de un trauma aun no superado, merecen que se recuerde con exactitud lo que pasó, porque aun hay quienes insisten en que el socialismo por el que Allende luchó y derramó su sangre, puede alcanzarse fácilmente por vía de las urnas.
Lamentablemente, no es así. La historia nos revela que en Chile ni siquiera fue fácil construir la democracia que hizo posible que la izquierda democrático-popular,  alcanzara niveles de poder. La candidatura de Allende adquirió fuerza gracias a una larga lucha, iniciada por Luis Emilio Recabarren, en que la imaginación de los trabajadores chilenos fue ganada hacia la idea de igualdad social posible solo en el socialismo.
 Al llegar Allende al poder, por la alianza de izquierda, Unidad Popular, las cosas no fueron fáciles para el gobierno socialista. Desde Washington la conspiración se puso en marcha bajo las órdenes directas del premio Nobel de la paz, Henry Kissinger. Para provocar un golpe de Estado, contando con el apoyo de la CIA, se asesina al comandante en Jefe del ejército, general René Schneider, partidario de subordinar el poder militar al civil. Al no lograrlo, pasaron al plan B: hundir la economía del país para quitar el respaldo popular al flamante gobierno.
Las fábricas dejaron de producir. Los distribuidores escondieron los principales productos de la canasta familiar, bandas de matones eran orientadas a provocar y enfrentar a los trabajadores. Así, cundió la escasez y, con ello, una imparable inflación que traía abajo los esfuerzos del gobierno por mejorar los ingresos de los chilenos. Todo ello bajo una violenta reacción a los intentos reformistas que se proponían en el congreso en el que la minoría allendista era permanentemente boicoteada por una alianza entre los partidarios de la extrema derecha con el centrista partido demócrata cristiano.

Los soviets chilenos: Cordones Industriales
La respuesta popular no se dejó esperar. A los cierres de fábrica siguieron las tomas de éstas por los propios trabajadores que llamaban a los pobladores de los barrios aledaños a participar de esta conquista. Es así como surgieron los Cordones Industriales que funcionaron como los soviets en Rusia. El poder dual, es decir el poder paralelo de los de abajo había empezado a construirse y operaba eficazmente en el control de las fábricas y de algunos medios de distribución tomados.
Por su parte, el gobierno profundizó medidas de reforma agraria que el gobierno anterior había realizado con mucha timidez, asimismo, estatizó algunas empresas básicas y nacionalizó el cobre sin pagar la indemnización que reclamaba EEUU.
Lejos de aislar al gobierno, con el boicot económico y las acciones terroristas de grupos ultraderechistas que dinamitaron torres y vías de ferrocarril, las elecciones parlamentarias de 1971 y las municipales en 1973 le dieron un sabor de triunfo a la Unidad Popular.
Para EEUU y la derecha chilena ya no quedaba otro recurso que el golpe de Estado y el escarmiento a la población civil que había confiado en Allende. El 11 de septiembre de 1973, las acciones dirigidas por Pinochet y su comando militar, acabará con la vida de Allende, dicen que se suicidó pero aun si fuera eso cierto la causa que lo provocó, apunta a las intenciones criminales de los golpistas, a quienes no convenía dejarlo con vida.

La pregunta clave que surge de esta experiencia es…
¿Dejarán los capitalistas en alguna parte del mundo, que triunfe un gobierno socialista que intente cumplir la promesa de poner fuera de ley la propiedad privada de los medios de producción, que es la condición que causa la desigualdad social, la miseria económica y la infelicidad de la mayoría de los seres humanos que pueblan el planeta?
Luego de acabar con la “vía chilena al socialismo”, el capitalismo imperialista no detuvo su caravana de la muerte: armaron a los “contras” con dinero del narcotráfico para liquidar la revolución sandinista, invadieron Granada, originaron la guerra en los Balcanes, hoy están arrasando a los países árabes… casi no hay continente que se haya salvado de una intervención imperial. ¿Se puede, entonces, seguir pensando en una victoria electoral que posibilite que los capitalistas se retiren de la historia fácilmente?

Pero como es que los reformistas…
Cierto es que, los capitalistas imperiales han permitido un Hugo Chávez, en Venezuela, Lula, hoy  Rousseff, en Brasil, luego Evo Morales en Bolivia, al exguerrillero José Mujica, en Uruguay, Rafael Correa en Ecuador, pero es que acaso en alguno de estos países se ha puesto fin al capitalismo. ¿No es cierto de que, en el mejor de los casos, apenas se ha revivido el capitalismo de Estado, un producto de fin de la II Guerra Mundial y que las desigualdades sociales y económicas imperan en esos países, migajas más migajas menos?
¿No es cierto, también, que candidaturas como Ollanta Humala en el Perú, que ofreció una “gran transformación”, como antes Lucio Gutiérrez en el Ecuador, fueron rápidamente domesticadas y al llegar al gobierno no hicieron otro que traicionar a los ingenuos que creyeron en el mesianismo de tales líderes?
El caso es que la democracia electoral, que es lo único que ofrecen los capitalistas, hasta que se aburren y vuelven a los golpes de Estado (Venezuela, Honduras, Paraguay), es una trampa. Quienes se creen traicionados por Ollanta, o Correa, o Bachelet, o Morales, o son ingenuos, o cínicos. Pues la trampa consiste en que los personajes mencionados nunca hicieron otra cosa que postularse como candidatos para administrar el Estado burgués de los capitalistas neoliberales modelados por constituciones elaboradas por Pinochet, en Chile, o por Montesinos-Fujimori, en Perú.
Los próximos candidatos, tanto en Chile como en Perú, que afirman pertenecer a la izquierda van a lo mismo, a disputar la administración de ese Estado, y van a mostrarse, como Susana Villarán, Ollanta o Bachelet, que ellos lo pueden hacer como cualquier candidato neoliberal. Esa es la izquierda del bloque democrático-popular.
Aunque diezmado y reducido, el Bloque Socialista que fundara Mariátegui que definiera muy bien en su polémica contra Haya de la Torre, verdadero creador del bloque democrático popular, debe reconstruirse porque…
No nos engañemos, el pueblo merece estar concientemente advertido de lo que los capitalistas son capaces de hacer para no perder el privilegio de ser el 1% de la población mundial que se ha apoderado de los recursos del planeta y de las riquezas que produce el 99% de la población trabajadora.
Gloria a Allende, sobre todo a la lección que nos dejó, de que el reformismo solo conduce a la derrota, porque las revoluciones a medias se ahogan en su propia sangre.

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