Cuando
aparezcan estas líneas, la tensión por el partido Perú-Uruguay estará, sin
duda, en su punto más alto. Ya no importa si ganamos o perdemos, cualquiera que
fuese el resultado, seguiremos cantando “un fracaso más, qué importa...”
La
verdad, si nos ponemos una mano en el pecho, es que el Perú, como equipo de
fútbol, no merece llegar al mundial del Brasil. Por mucho que esos sean
nuestros deseos.
Es que
la forma como se practica el deporte en el Perú y no sólo el fútbol, sigue una
lógica determinada por el sistema liberal, derrotista que, como pensamiento
único, domina todas las actividades humanas en el país de nuestros amores.
Autogol desde el Estado
Así
como durante la época fujimorista se fabricaron crisis en las empresas
estatales para hacerlas aparecer como ineficientes para luego rematarlas y sin
que hubiese cambio empresarial alguno, en manos de los nuevos dueños, las
corporaciones privadas, aparecían, de la noche a la mañana como exitosas, así
sucede en el deporte. Especialmente, en el fútbol.
Esa y
no otra es la razón por la que algunos comentaristas políticos como Aldo M.
hacen fiestas con cada fracaso futbolístico, para de inmediato insistir en que
eso no pasaría si el fútbol en lugar de organizarce comunalmente, se
privatizara y pasara a engrosar las ganancias de los potentados.
¿Será
cierto eso? México ha privatizado su fútbol y solo ha pasado a ser una
potencia... publicitaria, en manos de
Univisión.
Y no
porque los mexicanos no tengan la potencialidad suficientemente para pasar a
mejores condiciones. Lo que aquí se trata es de observar que en la disyuntiva
de estar organizados colectivamente o como empresa privada, el deporte solo
alcanza éxitos como expresión popular.
La era Didí y el Mundialito del
Porvenir
El Perú
tuvo un importante avance cuando Waldir Pereyra, Didí, estuvo a cargo de la
selección peruana. Con una visión popular, Didí llegó hasta las canchas
humildes en busca de talentos. Por ejemplo el Mundialito del Primero de Mayo
que se juega en las pistas del otrora Barrio obrero El Porvenir.
Iniciado
en los años 50, cuando en el recientemente inaugurado estadio de Maracaná se
jugada el Mundial, el Porvenir se convirtió en el Maracaná de un pueblo.
Entusiasmados
por el triunfo del equipo uruguayo en canchas brasileñas, los victorianos
Emilio “Cheme” Chávez, Mario Chávez y Jorge Falla organizaron el primer
Mundialito en el que participaron ocho equipos sin uniformes. Ataviados con
pantalones y zapatillas de lona, los equipos rivales se distinguían porque unos
vestían chompa y los otros mostraban el dorso desnudo.
Contra viento y marea
El
primer Mundialito se jugó a salto de mata. Los peloteros eran perseguidos por
la Policía, ya que en los años 50, durante el gobierno de Manuel A. Odría,
jugar el deporte rey en las calles estaba prohibido.
Solo la
tenacidad logró que el Defensor Leoncio Prado se coronara campeón del primer
Mundialito, obteniendo como premio la propia pelota de jebe con la que se
disputó el campeonato. Los pioneros del fútbol callejero sudaban la camiseta
por amor al deporte. Todo un ejemplo que se ha perdido en el tiempo.
Una de
las anécdotas más curiosas la protagonizó Jorge Falla, fundador del torneo. En
una oportunidad, la Policía suspendió el partido y se llevó preso a Falla. Unos
cuatro mil vecinos, más jugadores y árbitros, hicieron un mitin y marcharon
hasta la comisaría del distrito.
Para
cuando llegaron al despacho policial, el propio Jorge Falla ya había convencido
al comisario de que les permitiera realizar el campeonato, e incluso lo invitó
al play de honor.
De allí
salieron destacadas figuras como el
Cholo Sotil, Teófilo Cubillas y Julio Baylón, quienes entonces defendían los
colores de Laboratorios Drowa. Al verlos, Didí supo que había encontrado el
hilo de la madeja. Fue esa visión colectivista la que nos llevó al mundial.
Ese
silenciado concepto colectivista, contiene la verdadera esencia de lo que
podría ser el deporte peruano. No sólo el fútbol. Pero mientras quieran
privatizarlo, los autogoles contra las esperanzas de triunfo del pueblo, no
cesarán. El neoliberalismo capitalista es solo el gran organizador de las
derrotas populares.
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