sábado, 29 de marzo de 2014

Cumpleaños de Javier DC





Por Raul Wiener


El 24 de marzo Javier Diez Canseco cumplió 66 años.

Hace doce meses, en una tarde domingo, muchos de sus amigos estuvimos en la sala de visitas en el segundo piso de la Clínica Anglo Americana de Miraflores y llenamos un cuaderno de saludos que su familia le llevó luego a su lecho de enfermo.

Esa noche, el médico y común amigo Julio Castro me reveló el nuevo diagnóstico de la enfermedad que había resultado de una biopsia realizada en Estados Unidos y ahí me enteré que era un cáncer al páncreas en estado avanzado, que se le había dispersado en el organismo, y no un tumor del colon como creíamos al principio.

Las perspectivas eran muy malas. Un joven militante del Partido Socialista, que acompañó a Javier y su valiente compañera casi todos esos días de despedida, acotó que los biólogos que habían recibido el informe, estimaban que el desenlace sería en unas dos semanas.

Javier resistió unos 40 días más.

Al salir de la Clínica me quebré de pura impotencia y hasta sentí rabia de ese extraño destino que me había tocado de haber estado afectado por un cáncer el año anterior, en estado grave, y haberme recuperado teniendo cerca de este extraordinario amigo que se me estaba yendo sin que nada pudiera hacer.

El día del cumpleaños de Javier comenzaba la semana santa. El viernes 29, circuló el rumor, de origen impreciso, que Javier había fallecido, lo que nos movilizó hasta la clínica donde se desmintió la noticia. En las circunstancias que se vivían parecía una irresponsabilidad decir estas cosas. Pero todos sabíamos que era perfectamente posible que en cualquier momento ese fuera el mensaje que recibiríamos.

Ese viernes santo fue la última vez que ingresé, con las precauciones sanitarias del caso, al cuarto de Javier para lo que todavía no sabía que era una despedida. Le tomé la mano y tratamos de hablar. El tenía la voz apagada, la misma voz de los grandes discursos ahora era como un susurro, y yo tenía reducida la audición por efecto de  la quimioterapia.

Pero así y todo nos entendimos. Él me dijo que sólo le estaban dando un tratamiento paliativo y que no estaban atacando las causas de fondo. No supe que decir, porque esa era la manera suya de decirme que sólo estaban esperando que su lucha concluyese.

La enfermedad le había llegado de pronto, con una velocidad y dureza inusitada, como para no darle tiempo a un guerrero que siempre había sabido salir de las mayores dificultades. Lo miraba y recordaba tantas circunstancias en que admiré su coraje, su agilidad mental y su risa de niño con la que desmentía a los que lo creían excesivamente serio.

Debo decir que un año después todavía no me repongo de lo que pasó. No he borrado su nombre de la lista de envíos de mis artículos diarios. Como si esperara que todavía me pudiera leer desde el lugar en que se encuentre.

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