Por CABE
Movilizaciones a ritmo de samba
Las grandes revueltas ocurridas recientemente en el Brasil en la que
se han juntado sectores tan disímiles de la sociedad carioca, como
izquierdistas, derechistas, fachos y ultras, exigen una comprensión para los
analistas políticos que vaya más allá de las respuestas parametradas.
El simplismo de la derecha, que advierte que el “populismo” no
resuelve y con ello echan agua para su molino, es simétricamente igual a la
respuesta de quienes suponen, como expresa la propia Dilma Rousseff, que la
protesta será válida “pero todo dentro de la ley y el orden. Brasil luchó duro
para convertirse en un país democrático y también está luchando duro para
convertirse en un país más justo”.
Lo que no dice la señora presidenta es que “la ley y el orden” que
ella defiende desde la cima del Estado brasileño es la que impone el sistema
capitalista.
El Estado mafioso
Es el sistema capitalista que en el Brasil, como en el Perú, en la
China, en Europa, o en Rusia, con eso del neoliberalismo, ha “liberado” la
fuerza más nefasta de su naturaleza, como es la tendencia a la concentración
que es la que impone las reglas de juego
que procuran enormes acumulaciones de riqueza en pocas manos, y que
caminan con los criterios de Al Capone o Lucky Luciano.
La crisis que afecta al Brasil, es la consecuencia de los manejos
financieros impuestos tras la caída de la Unión Soviética, cuya existencia de
alguna manera frenaba la voracidad capitalista manteniendo programas sociales
bajo el concepto del Estado de bienestar.
Tales manejos financieros, desde entonces, han significado para la
humanidad el despojo de grandes recursos, (conseciones territoriales,
explotaciones ilimitadas de recursos naturales), logrados bajo la instauración
de Estados que se han sometido a esos fines.
La riqueza sale del trabajo no de la impresión de billetes
Para lograr esos fines simplemente se ha echado mano de sistemas de
corrupción sea a través del “lobbysmo” o simplemente los manejos sucios “por
debajo de la mesa”.
A pesar de que la realidad demuestra que la riqueza solo puede
provenir del trabajo y no de la producción del dinero, imprimiendo billetes y
acuñando monedas, la avidez por la acumulación de ganancias termina pateando el
tablero que genera la riqueza. El capitalismo en su ambición por poseerlo todo
está matando a la gallina de los huevos de oro. Brasil es un ejemplo. Veamos:
En el 2007, cuando los primeros efectos
negativos de la crisis se hicieron sentir de forma generalizada, la economía
brasileña crecía un 6%, estimulada por un fuerte dinamismo de la demanda
interna —motivada por el aumento del salario mínimo (aumento del valor real de
paridad de 66% entre Enero de 2002 y Diciembre de 2007), del sueldo medio real
(aumento de 33% en el mismo período) y de los gastos sociales (que han pasado
de 21 % del PIB en 2001 a 24% en 2007) — así como de la demanda externa (los
precios de exportación aumentaron 49% entre 2000 y 2007). El superávit en
Cuenta Corriente alcanzaba 1.2% del PIB en 2007. (Brasil y la crisis, Renato
Baumann).
En tales condiciones, la elevación de los ingresos, incorporaron al
mercado de consumo a millones de personas, hasta que la oferta, en exceso, de
divisas, es decir la intervención de los organismos financieros, provocó, como
era de esperar, una caída importante en el cambio real. Para productos
manufacturados el cambio real se redujo a casi la mitad en los cinco años
siguientes.
Estado fuerte, burguesía débil
De acuerdo al notable sociólogo y economista brasileño, Ruy Mauro
Marini, desafortunadamente desaparecido
en 1997, “Una de las características de la
sociedad dependiente es el considerable grado de autonomía relativa de que goza
allí el Estado. En lo fundamental, ello deriva de una ley general de la
sociedad capitalista, según la cual la autonomía relativa del Estado está en
razón inversa de la capacidad de la burguesía para llevar a cabo su dominación
de clase; en otros términos, un Estado capitalista fuerte es siempre la
contrapartida de una burguesía débil”.
En efecto, la aceptación de la burguesía para que un personaje como
Lula, salido de los sindicatos radicales llegue a la presidencia, sólo puede
explicarse por la debilidad de la burguesía brasileña para imponer su dominio
de clase, es decir reducir los conflictos sociales y estimular su crecimiento
económico. Lula hizó el papel que la burguesía no pudo: imponer la paz social
para lograr las condiciones para el desarrollo del sistema neoliberal.
Lula y Roosevelt
Sin embargo, Lula no inventó nada nuevo. Simplemente echó a andar los
conceptos impuestos por Roosevelt en los Estados Unidos, por los años 30, tras
la crisis generada por el “crack” de la bolsa de valores de Wall Street. La
receta es simple: intervención del Estado en la economía, para la generación de
empleos, asegurar buenos salarios, fortaleciendo el sistema de sindicatos,
(aunque el Estado yanqui supo ponerlos a su servicio) y proteccionismo a la
producción nacional. Un proteccionismo altamente fortalecido durante los años
de la II Guerra Mundial.
Esta política dio resultados en el Brasil de Lula, pero el Estado no
pudo resistir las tendencias vigentes del capitalismo al entrar en el
torbellino de la corrupción.
Con el agravamiento de la crisis mundial, cuyos manotazos de ahogado
consisten en mayores políticas de concentración, el asistencialismo, la caridad
pública y el aumento de salarios empiezan a echar agua y eso, en Brasil de hoy,
se siente al ritmo de la batucada.
Lo curioso es que estas movilizaciones no necesariamente son por
mejoras salariales: comenzaron contra el alza de pasajes, o mejores recursos
para la educación, pero pronto atacaron uno de los aspectos más sentidos que
afectan a los pueblos y que está en la naturaleza del capitalismo: la
corrupción.
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