
En los
años 30 del siglo XX, Pablo Neruda escribió en la primera línea de su libro
conmovedor: “España, país de copa, no diadema”. En España en el corazón, el
poeta expresó su solidaridad con la República que se había instalado en la
península y que era atacada por militares fascistas, aristócratas monarquistas,
ociosos y egoístas, y curas oscurantistas.
César
Vallejo compartía la posición de Neruda, la cual volcó en España, aparta de
mí este cáliz.
El fascismo de Franco, con la ayuda de
Hitler y Mussolini y ante la “neutralidad” del capitalismo mundial, conquistó
el poder, e instaló una dictadura medieval.
Después, el franquismo en quiebra cedió el
paso al rey Juan Carlos. Un hábil y flexible premier llevó al monarca a
presidir una apertura democrática. En 1981, frente a un intento de golpe
militar, demostró su condenación a todo intento restaurador de la España
arcaica.
A partir de entonces, la imagen del rey se
afianzó en la simpatía española y mundial.
En años recientes, esa aura se rajó. Aventuras
donjuanescas del monarca, pero sobre todo delitos financieros de su yerno,
Iñaki Urdangarin, esposo de la infanta Cristina, desdibujaron la institución
monárquica. El delictuoso yerno había creado una entidad que desviaba fondos
públicos a empresas privadas de su propiedad. Una de esas sociedades era
copropiedad de la infanta, por lo cual el juez instructor ha propuesto
instalarla en el banquillo.
En esa atmósfera se produjo el lunes 2 la
abdicación del rey. Esa niebla explica que de inmediato se desataran en toda
España marchas de ciudadanos que exigen un referéndum con la mira de eliminar
la monarquía. Los partidos de izquierda encabezan esa exigencia. Sin embargo,
los dos partidos mayores del país, el Partido Popular y el Partido Socialista
Obrero Español, apoyan la institución.
La actitud antimonárquica es antigua en
España. En particular entre los pensadores socialistas y anarquistas. La
Internacional, el himno proletario, proclamaba en coros multitudinarios: “Ni en
dioses, reyes ni tribunos / está el supremo salvador. / Nosotros mismos
realicemos / el esfuerzo redentor.”
En 1931, el rey de España se vio obligado a
abandonar el trono. Se instaló un régimen republicano. Ilía Ehrenburg, el gran
escritor judío soviético, recorrió el suelo ibérico en esos días y así se
inspiró para su libro España, República de Trabajadores. El país se había
declarado, en efecto, “República de trabajadores de todas clases”. El escritor
definió a la España de entonces como un pueblo noble y generoso, integrado por
veinte millones de andrajosos Quijotes.
Ahora, al
soplo de la pobreza, el desempleo y la putrefacción oligárquica, se difunde en
España el lema: “España, mañana / será republicana”.
César Lévano
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