Por Alberto Adrianzén
Los empresarios montaron en la CADE un
escenario en el cual la gran mayoría de participantes e invitados han sido
—como se dice— del mismo equipo.
La última Conferencia Anual de Empresarios
(CADE), realizada en Paracas, podrá ser recordada como la conferencia de la
evasión y del ocultamiento. De evasión porque los empresarios siguen negando la
necesidad de discutir qué hacer frente a una crisis económica que ya es visible
como, también, frente al agotamiento de una forma de inserción al mercado
mundial basada principalmente en las materias primas. Y de ocultamiento porque
no quieren mostrar sus desacuerdos internos algo que a todas a luces es obvio y
menos discutir lo que hoy pasa.
El retiro de ADEX de la Confiep, la
división de la Sociedad de Minería y Petróleo, los desacuerdos de la Sociedad
de Industrias, el que no haya prosperado la tendencia que pretende poner fin al
actual proceso de descentralización, todas son claras evidencias que la crisis
económica lentamente se convierte también en una crisis política al interior
del bloque empresarial.
Incluso, el lema de esta última conferencia
“Hagamos del Perú un país del primer mundo” antes que una posibilidad en el
largo plazo es una táctica de mercadotecnia que esconde la falta de soluciones,
imaginativas por cierto, de corto y mediano plazo.
Se puede decir lo mismo de aquella
propuesta del exministro de Economía Miguel Castilla, ahora repetida por su
sucesor, Alonso Segura, de ingresar al exclusivo club de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sin cambiar nada, o muy poco,
el actual modelo económico.
Insistir en que el mayor problema para
nuestro despegue económico es la “tramitología” o la “permisiología” de un
Estado supuestamente elefantiásico que impide o frena la inversión privada
—cuando la tecnocracia neoliberal viene manejando los hilos del Estado desde
hace varias décadas—; o, que el otro gran problema para lograr un pleno
desarrollo y solucionar el problema de la informalidad, son los altos costos de
un mercado laboral es el mejor camino para no llegar ni en el mediano ni en
largo plazo a la OCDE ni tampoco a un desarrollo que incluya a la gran mayoría
de peruanos y peruanas, más aún si vemos el nivel salarial y las desigualdades
que existen en el país.
Por lo demás, resulta extraño que queramos
ir en esa dirección cuando nuestra ubicación en el ranking mundial de
productividad se ha deteriorado. O cuando insistimos en los TLC a pesar de que
no siempre nos son favorables, como es el caso del firmado con EE.UU., o con el
Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) que nos marginaría de la primera
economía mundial que es, hoy en día, China.
Elementos, todos ellos, que nos condenan a
bloquear nuestro crecimiento y desarrollo y a depender de los vaivenes de un
mercado y de un sistema mundial que muestran, en estos últimos tiempos, que
asistimos a grandes cambios o, mejor dicho, a un cambio de época. Por eso,
negarse a discutir lo que hoy pasa en el país y el mundo es una suerte de huida
hacia adelante. Un silencio demasiado elocuente.
Es tan sonoro y evidente este mutismo,
sobre estos y otros problemas, que los empresarios montaron en la CADE un
escenario en el cual la gran mayoría de participantes e invitados han sido
—como se dice— del mismo equipo. Todos hablan sobre lo mismo y se aplauden
unánimemente.
La imposibilidad de confrontar con otras
explicaciones y proposiciones es la mejor expresión de la ausencia de
propuestas de los grandes empresarios. Un buen ejemplo de ello fue la negativa
a discutir el tema medioambiental cuando el país será sede de la COP 20.
Ello es un dato importante que requiere ser
sopesado en toda su dimensión si queremos discutir seriamente el quehacer
político en este país. No estamos en un momento de auge económico de estos
grupos sino, más bien, de deterioro de su capacidad para organizar la política
y la economía en el país.
Y si hoy aparecen como fuertes y hasta
imbatibles en el manejo del país, es por su poder mediático y porque no existe
oposición, ni política ni social, capaz de confrontar sus intereses y
políticas. Dicho en otros términos, su fortaleza actual se sustenta en la
debilidad y aislamiento de sus adversarios.
Por eso sus principales propuestas son
básicamente dos. La primera, como ha advertido el economista Raúl Mauro, es
salvar con recursos del Estado a los grandes del sector privado de la crisis
que hoy enfrentan como consecuencia de un sobreendeudamiento externo, de los
cambios del entorno internacional y de un “decrecimiento inducido por el MEF”,
sobre todo en el sector salud y educación, introduciendo las famosas
asociaciones público-privadas (APPs) y el programa obras por impuestos (OxIs).
Mauro en un interesante artículo (“Salvando
al sector privado”) afirma: “es que la reciente votación en mayoría lograda en
el Congreso a favor del proyecto de ley 3690… se constituiría en uno de los
esfuerzos más grandes y escandalosos del sector privado para favorecerse de los
ingentes recursos acumulados por el Estado por lo menos la última década”.
La otra propuesta es construir un escenario
electoral similar al que hemos visto en esta última CADE. Es decir, uno donde
impere el “pensamiento único” y en el que la disidencia esté prohibida y hasta
proscrita, si fuera necesario. Quieren que las principales opciones de 2016
sean Keiko Fujimori, Alan García y PPK. Sería como elegir entre la Pilsen, la
Cristal y la Cusqueña, cuando las tres cervezas son del mismo dueño.
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Como nuestras viejas tapadas limeñas los empresarios reunidos en la CADE caminan en medio de la crisis de su modelo mirando con un solo ojo en la misma dirección fracasada, conduciendo peligrosamente al país, no hacia el primer mundo, sino hacia un despeñadero.
Como nuestras viejas tapadas limeñas los empresarios reunidos en la CADE caminan en medio de la crisis de su modelo mirando con un solo ojo en la misma dirección fracasada, conduciendo peligrosamente al país, no hacia el primer mundo, sino hacia un despeñadero.
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